En el desarrollo de la textilería no podemos dejar de lado el proceso del teñido, cuyo aporte a la obtención de prendas de calidad superior es invalorable.
Cuando los colonizadores españoles tuvieron oportunidad de apreciar la riqueza y vivacidad del colorido de la vestimenta de los nativos americanos no pudieron dejar de asombrarse.
Desde los tiempos remotos hasta nuestros días muchos han sido los cambios que el progreso y la tecnología han operado sobre el teñido, pero podemos decir, en esencia, la metodología sigue apoyándose sobre tres pilares básicos: el lavado, el uso de mordientes y la imprimación de color.
Es de suma importancia el preparado de las madejas, estas deben tener todas el mismo peso aproximado para saber con que cantidad de tinte deben ser enfrentadas.
La grasa de la lana luego del hilado debe ser eliminada para la obtención de una tensión pareja. El agua debe ser lo mas pura posible. Lo ideal sería agua destilada, pero basta con que el agua no sea dura.
Aunque el agua puede ser fría, lo mejor es hacerlo hirviendo la lana con detergentes. Una vez que la lana ha perdido su lanolina debe ser enjuagada con abundante agua para iniciar el paso siguiente.
El mordentado consiste en conferir la mayor penetración del tinte al interior del hilado y persistencia al color. El más simple de los mordientes es el cloruro de sodio o sal de mesa, pero no es el más efectivo ya que no confiere buena solidez ni penetración. El alumbre, el cremor tártaro, el vinagre, y el acido sulfúrico diluido son excelentes mordientes.
Otro ítem fundamental es la cantidad de agua necesaria; cuanta más agua, mejor.
A la hora de sumergir las madejas en el baño tintóreo, estas deben estar uniformemente mojadas, la tintura correctamente diluida en el agua de teñir y caliente a la mayor temperatura posible, se debe dejar la lana durante un tiempo prudencial , nunca inferior a la hora y es recomendable que el baño se enfríe con la lana. Posteriormente se debe enjuagar sucesivas veces hasta que el agua salga limpia.
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